Cuando estamos juntas. Por Belén Grosso

Ese día caminé con una alegría particular, como si la sonrisa se me escapara por los ojos antes de que alcanzara a posarse sobre mi boca. El tiempo, con el que siempre me peleo y luego le susurro que no me abandone, me mantenía alerta. Era como si el tic-tac de un reloj interno me zumbara nítidamente en los oídos.

Ruth y Graciela llegaron al punto acordado con una distancia prudente. Atravesaron el largo pasillo hasta llegar a la sala donde las esperábamos. Sin tocarse y casi invisibles recorrieron con prisa la pequeña sala que aguardaba silencios y miradas. Con el tiempo, otras seis mujeres esperaban. Ninguna se conocía entre sí. Otra vez el tiempo, recorriendo las semanas, parecía naufragar en el mate que iba y venía. Una conversación cotidiana con olor a tierra hamacó las sonrisas de todas.

Para Ruth era un tiempo repetido, de minutos que se desarman y dejan hilachas mientras pasan. Con sus 24 años contaba exaltada la desventura de su tercer aborto. Graciela en cambio, con el tiempo haciéndose agua en sus puños, hablaba como pidiendo permiso entre palabra y palabra. Era su primera vez. Este otoño, el de sus 19 años, transcurre con un particular color anaranjado.

“Ruth me invitó a dormir ese día, me dijo que me quedara”, me cuenta Graciela mientras le pregunto cómo pasó la noche. Me contó que durmieron juntas. Que tiraron un colchón en el piso y ahí se acostaron. Me contó también que cuando era pequeña su mamá le dijo que no hablara con personas desconocidas. Graciela hablaba sobre los cuidados de Ruth. “Ruth me dijo que mientras yo dormía parecía que me dolía, porque me quejaba y hacía ruidos, y yo de eso no me acuerdo. Yo dormía y ella estaba despierta. Lo hicimos juntas. En el mismo momento, pero a ella, el sangrado le vino después que a mí”

Un aire de mujeres me recorre. Ellas, juntas abortando. Yo, con ellas.

Graciela despertó en una atmósfera de pan caliente esa mañana. Besó las manos de Ruth en forma de agradecimiento. No importaban los dolores cabalgantes de la noche. Todo puesto ahí, sobre la mesa, cobijando los secretos debajo del floreado mantel lila.

Pienso en nuestro encuentro y en mi obstinada pelea con el tiempo. Me pregunto acerca de la ternura en que devienen los abortos. En las complicidades que acontecen. Estoy convencida de que es necesario infringir ciertas leyes. Desobedecer, de vez en cuando a nuestras madres. Desobedecer la insistente voz que como eco nos repite una y otra vez la obligación de ser madres. Hacer carne nuestra propia ley, la que ejercemos cada vez que decidimos abortar con las mujeres que abortan.

Y sé, como se saben algunas cosas que vienen con el tiempo, que Graciela se sentará en alguna plaza para escuchar, sin tiempo ni prisa, a personas desconocidas.

Sitio: La Revuelta, Colectiva feminista / http://larevuelta.com.ar

FB: https://www.facebook.com/profile.php?id=100008847887882

Imagen: http://www.socorristasenred.blogspot.com.ar

About La que Arde

Somos una revista vigilante. Compartimos con nuestras lectoras contenido de interés público. Dialogamos sobre formas de construir una sociedad más justa para las mujeres y niñas.

Check Also

Veracruz: un criminal en guerra contra las mujeres

El estado de Veracruz tiene, como resultado de su gestión, el primer lugar en feminicidios …

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *

This site uses Akismet to reduce spam. Learn how your comment data is processed.

La que Arde