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Para no olvidarte, Bianca. Por Elisa Martínez

Mi nombre es Bianca. Tenía 26 años de edad cuando uno o varios hombres (las autoridades “aún no lo saben”) me violaron y asesinaron en Xilitla, San Luis Potosí. Yo estudiaba en la UPN en Tamazunchale. Uno de mis sueños era ser una profesional de la educación básica. Elisa se enteró de mi feminicidio el día que regresaba a la CDMX después de visitar Xilitla, el pasado 21 de marzo, a donde vino con sus compañeras y compañeros estudiantes de la Universidad Autónoma Metropolitana unidad Xochimilco para llevar a cabo una práctica de campo del taller de Fotografía del 5to trimestre de la Licenciatura en Comunicación Social. A Elisa también la timaron: como a cualquier turista, le hicieron creer que por haber sido nombrado “Pueblo Mágico” por la Secretaría de Turismo en diciembre del 2011, en Xilitla no encontraría peligro alguno. En ese sentido, a Elisa y sus compañeras les mostraron sólo lo “bonito” de nuestras tradiciones: bailes, música, gastronomía, nuestra supuesta vida cotidiana,  y atractivos turísticos como el Jardín Surrealista de Edward James, el cual, aunque es “digno” de ser fotografiado, le dejaron ver sólo por arriba. Saber de mi asesinato, perpetrado por uno o varios varios hombres con lujo de violencia después de abusar sexualmente de mí, impactó sobre manera a Elisa, pues ella y su grupo estaban en Xilitla buscando imágenes de postal con las que pudieran obtener “una buena calificación”.

Imagen: Elisa Martínez

¿Qué desea capturar con su cámara alguien que va de turista a Xilitla? Paisajes, estructuras arquitectónicas y expresiones del folklore, como los hombres con sombrero que tanto abundan en ese pueblo. Pero, como estudiantes de Comunicación Social, ¿no deberíamos entrenar una visión crítica sobre lo que vamos a fotografiar? La mayoría de los profesores que imparten el taller de Fotografía en la UAM no fomentan esta visión en las y los estudiantes: aparentemente no les interesa. A las y los estudiantes de Fotografía nos enseñan a captar sólo la dimensión estética de las cosas, concibiendo a la fotografía desde una perspectiva “artística”, que quizás prefiere no ver lo que sucede detrás.

Si como estudiantes de la carrera de Comunicación Social nos enseñaran a voltear a ver a la gente, y no únicamente a las montañas, a las nubes o a los edificios, quizás Bianca hubiera salido en nuestras fotos. Si hubiera tenido oportunidad de interactuar con ella en algún momento como compañeras estudiantes, o bien, como mujeres.

Al visitar Xilitla jamás creí que el modo tradicional de vida de un Pueblo Mágico incluiyera el machismo y la violencia de género. Sin embargo, el último día de mi visita a ese lugar observé a lo lejos, cuando estaba a punto de subirme a un taxi, el encabezado de un periódico que decía: “Encuentran a estudiante muerta a un costado de la carretera”. Mis compañerxs al verlo mostraron miedo y asombro, porque “podría haberla pasado a cualquiera”, concluyendo que “lo bueno es que no nos pasó a nosotrxs”.

A mí me resultó imposible no sentir empatía con Bianca. Sin embargo, en mi experiencia, la mayoría de la gente se muestra empática sólo cuando las víctimas son personas cercanas a ellxs, cuando en realidad los feminicidios ocurren día tras día y en cualquier lugar. Al saber del asesinato de Bianca mi reacción fue de impotencia, en primera, porque se suma a la larga lista de feminicidios en México y, en segunda, por leer la palabra muerta para referirse a su sádico asesinato en el titular. ¡Cuánto sesgo en el lenguaje! Evidentemente a ella la habían matado con saña, con intención, con violencia. No, no me detuve a comprar el periódico: el taxi al que estaba a punto de subir no podía esperar más.

Llegando a la Ciudad de México, investigué más vía internet acerca del caso, y pude confirmar que se trataba de un feminicidio, tipificado como tal en el artículo 135 del Código Penal del Estado de San Luis Potosí. Se trataba de Bianca Reyes, una mujer tének de 26 años de edad estudiante de la Universidad Pedagógica Nacional, quien fue encontrada con signos de violencia sexual y asesinada el día 20 de marzo en una vereda que va de la comunidad de El Cañón, de donde era originaria, a San Pedro Huizquilico. Bianca yacía desnuda, con graves heridas que representaban la violencia con la que fue asesinada. Bianca había salido de su casa para hacer una llamada por celular. Dado que en su comunidad no hay señal, Bianca debía trasladarse a un espacio ubicado en la carretera más cercana a su comunidad cuando necesitaba hacer una llamada. En un país donde el odio a las mujeres es la ley, salir a hacer una llamada le costó ser agredida por uno o varios hombres hasta dejarla sin vida.

¿Por qué debería agradecer que no fue a mí o alguna de mis compañeras a quien le pasó? Bianca, al igual que yo, era una mujer joven, estudiante de una universidad pública, que salió de su casa a la calle a hacer una llamada por su celular. Lo que le pasó a Bianca bien podría haberme pasado a mí, o a cualquier mujer en México. En este México feminicida, ser violadas y/o asesinadas es siempre una posibilidad para nosotras: en los hechos, el Estado no garantiza de ningún modo nuestra vida ni nuestra seguridad: para ellos somos desechables. ¿Por qué hay hombres que se consideran dueños de la vida de las mujeres? ¿Por qué aún no aceptan que las mujeres no somos de su propiedad?

El caso de Bianca, desafortunadamente, no es el único: los hombres en Latinoamérica perpetran el 50% de los feminicidios a nivel mundial, y en México perpetran alrededor de 7.2 feminicidios diariamente. En San Luis Potosí hasta principios noviembre de 2015 ninguna autoridad contaba con datos acerca del número de mujeres asesinadas a consecuencia de la violencia de género, hasta que un informe de la Comisión Estatal de Derechos Humanos reveló, el mismo mes, que en la zona centro del estado y en la región huasteca se había registrado el mayor número de feminicidios: 56.41% en el centro y 43.59% en la huasteca. Además, según datos extra oficiales de la Procuraduría General de Justicia del Estado se han presentado por lo menos 27 feminicidios en San Luis Potosí de septiembre de 2016 a enero del 2017, es decir, 5.4 asesinatos por mes sólo en esta entidad federativa.

Dos días antes de enterarme del asesinato de Bianca, el 19 de marzo, cerca de las 5:00 de la tarde, fui con mi grupo a conocer el centro de Xilitla, un pequeño lugar repleto de puestos, gente residente y turistas. El grupo se separó un rato para llevar a cabo una de las actividades programadas para la práctica, cuando, alrededor de las 8:00 de la noche, se acercó una de mis compañeras a decirme que le habían hecho algo a Karla, otra compañera, quien lloraba sentada en la característica fuente ubicada a un costado del kiosco. Me acerqué y le pregunté qué había pasado: un hombre en estado de ebriedad le había tocado el hombro, cuando ella volteó, el hombre le agarró la nalga. Mi compañera se quedó en shock y el tipo siguió caminando. Cuando ella reaccionó, lo persiguió y lo agarró de la playera por detrás, logrando que se cayera al suelo, en parte gracias a su falta de equilibrio ocasionado por el alcohol. Karla le comenzó a gritar: ¡acosador!, a lo que lxs observadoxs sólo respondieron con miradas de extrañeza y burlas hacia ella, el hombre se levantó y cínicamente le pidió una disculpa extendiéndole la mano. Ella, evidentemente, lo rechazó y se retiró, sin poder parar de llorar porque le había pasado “justo a ella” en un lugar que no conocía. Karla se quedó ahí, sentada, hasta que concluyó la actividad, porque se sentía insegura y juzgada. Mientras tanto su agresor siguió con su camino y su vida.

Karla había sido víctima de acoso callejero, lo cual, según la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, amerita un castigo para el agresor en caso de denuncia, pues es una falta administrativa, independientemente de si el agresor está o no en estado de ebriedad.

Tanto el acoso de Karla como el feminicidio de Bianca dejan en claro que los hombres en la cultura patriarcal en la que vivimos se sienten con el derecho a utilizar el cuerpo de la mujer como si fuera un objeto: piensan que las mujeres existimos para ellos, para que nos toquen, violen o asesinen cuando así lo decidan. Al feminicida o feminicidas de Bianca no les importó si ella tenía sueños, si tenía familia o si estaba por lograr alguna meta en su vida, simplemente dispusieron de su cuerpo y siguieron con su camino, tal como lo hizo el acosador de Karla.

De vuelta a casa le platiqué a mi madre lo que había sucedido. Su respuesta fue: “sólo te queda encomendarte a Dios para que nunca te pase algo así”. No, ni la resignación ni la inmovilidad son los únicos caminos de los que dispongo, y de ningún modo son los que elijo: más allá de defender mi vida con uñas y con dientes ante cualquier agresor, y de no permitir que ninguna agresión a mí, ni a ninguna otra mujer, quede sin respuesta, dispongo del trabajo individual y colectivo que estoy llevando a cabo para erradicar de la sociedad a estos depredadores. Yo no quiero “encomendarme a Dios”, yo quiero justicia y solidaridad, porque millones de mujeres somos acosadas, agredidas y asesinadas diariamente mientras la sociedad lo pasa por alto, burlándose y hasta juzgando a quien defiende sus derechos, justificando y permitiendo que los agresores sigan su camino tranquilamente.

La violencia contra las mujeres en México, y muchos países del mundo, es estructural. Las agresiones que describo aquí forman parte de una misma lógica en la cual se considera a las mujeres como pseudopersonas, pseudociudadanas, y como propiedad de los varones. No hay nada más erróneo. No lo vamos a permitir.

Tal vez el “Pueblo Mágico” olvide a Bianca. Yo la recordaré siempre.

Imagen: Elisa Martínez

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