Aquella noche que me cazaste en mi cocina
sabía que perdería para renacer.
Que mi novedad y sensual lucidez
desafiarian tu libertad como nunca.
Que con toda la genialidad que soy
no me alcanzaría para florecer tu corazón.
En el viaje de conocernos
no te niego que alguna vez quise comérmelo
para ver si así.
Desde el recuerdo eterno de tu sabor sobre mi cuerpo
sé qué nunca volveremos a ser las mismas.
Y aunque ganó el desamor una vez más en el mundo
haberme atrevido a probar de tu boca es mi epitafio.