Mío. Por Nancy Martínez

Cierro los ojos para respirar la lluvia que se resbala en las hojas de los árboles. He respirado diez veces, profundo, para encontrar lo dulce de la tierra mojada, pero no puedo. Ahora el olor me cala en el cuerpo, se hunde en mi vientre.

La lluvia se resbala en las hojas de los árboles como sus manos sobre mi falda, cómo reconociéndome. Mis pezones están hinchados, duele como si él los mantuviera apretados entre sus dientes, remoliendo mi carne, sintiéndose dueño de todo mi cuerpo. Siento calambres en la espalda, duele. Lo mejor sería recostarme pero no puedo moverme, tengo miedo. Las gotas siguen cayendo, siempre con más fuerza, se escurren en el pasto, por todos lados, cómo cuando él se abalanza y entra en mi cuerpo. Se balancean hacia mí, quieren escurrirme, quebrarme, llevarme. ¿A dónde?

Sentarme bajo este árbol y tratar de cubrirme de la lluvia no fue buena idea, estoy entumida, casi no siento mis dedos. Hace frío. La humedad me alcanza y casi sin darme cuenta penetra en la tela de mi vestido, se clava, cómo cada uno de sus dedos en mis muslos, en mi espalda, en mis pechos. Todo ese sonido que se hace al llover es desagradable. Truenos. El agua corre. Golpes de gotas perdidas.

¿Qué pasará con las gotas que no caen del cielo? Deben evaporarse o quedarse atoradas hasta que sea momento de caer. “No se evaporan ni se atoran en la nube, caen dónde tú no las puedas ver”, eso dijo Joel hace más de un mes, mientras por la ventana de su cuarto veíamos a un gato escondiéndose debajo de un árbol para no mojarse. Ese día le pedí que sólo nos recostáramos en su cama mientras veíamos por la ventana llover, estaba cansada del trabajo. Él nunca me escucha.

En su cuarto tiene una guitarra colgada en la pared, debajo de unos cuadros pequeños con fotos de todos los lugares a dónde ha viajado. Le pedí que cantara una canción. Sería una noche perfecta entre el sonido de la lluvia y la guitarra. Me dijo que lo haría si yo besaba su cuello. La realidad era que si comenzaba a besar su cuello terminaríamos desnudos y nos perderíamos de la lluvia que se escurría sobre todo lo que encontraba a su paso. No acepté. Se molestó. Me jaló junto a él y comenzó a besarme. ¡No!, dije. Él siguió. Me apretaba con sus brazos y embarraba su saliva en mi cara. Entre forcejeos me quitó el pantalón, sólo el pantalón. Joel nunca paró, yo le dije que lo hiciera, pero no lo hizo. ¿Para qué vienes entonces?, me decía.

Visitaba a Joel para no sentirme sola, era el único conocido que tenía en la ciudad. Nunca he tenido muchos amigos. Casi siempre que lo visitaba terminábamos tumbados en su cama o en la alfombra de la sala. No lo amo, pero disfrutaba platicar con él sobre mis sueños y lo enfadada que estaba del trabajo. Al estar en su casa sentía pertenecer a un lugar, a alguien. Pero aquel día no paró aunque le gritaba que me lastimaba. Eyaculó, dejó su mugre en mí. Ya no eran las gotas de lluvia las que se escurrían en la ventana, ahora era su mugre la que se escurría hasta mi útero. Sacó su pene y me dejó tumbada en la cama, dolida. Con la guitarra comenzó a tocar una canción que yo nunca he escuchado. Parecía que acariciaba la madera polvorienta, le hacía cosquillas a las cuerdas y ellas eran felices. Desee tomar el lugar de la guitarra y no estar tumbada, sola. Esa noche me dejó moretones en las manos y un vientre doliente.

No creo que esa señora sepa lo que hacía. Yo sólo sentía que algo helado se metía por mi vagina y jalaba fuerte. Algo chupaba mi cuerpo por dentro. Respira hondo niña, decía. Yo trataba respirar, pero no podía. Sentía que me ahogaba con aquel olor a hierbas. La sangre corrió por la cama como estas gotas de la lluvia. Por el dolor ya no escuchaba lo que decían, sólo veía que la señora alzaba las manos llenas de sangre y las metía en una charola con agua. Una muchacha de ojos bonitos mojaba un trapo con agua fría y lo ponía en mi frente, Se quedó a mi lado todo el tiempo. Tomaba mi mano y me apretaba si yo comenzaba a cerrar un poco los ojos. Creo que ella tiempo atrás se acostó en esa misma cama y sangró. Fue Ángel por ese tiempo, conmigo.

Estuve dormida un tiempo. Quién sabe si fue una hora o un día, pero al despertar me dijo la señora que ya era tiempo de irme, ella tenía otro trabajito. Con el vientre y el cuerpo dolientes salí de esa casa y ahora estoy aquí viendo un canalito de sangre mezclarse con la lluvia. Algo salió mal. Algo salió mal desde aquella noche revolcada con Joel. Noche maldita. Maldita noche. Él no sabe. Nadie sabe. ¿Qué iban a decir? ¿Qué iba a hacer yo con un bebe? ¿Qué haré ahora sin uno?

Escuchaba esa palabra en las noticias, en la boca de las vecinas, pero parecía lejana, invisible. Aborto. Aborto. Aborto. Era una palabra ajena, ahora es mía. Se me ha pegado a la piel de una manera brusca. Tengo miedo. No entiendo por qué tanta sangre. No puedo dejar de pensar en la muchacha que detuvo mi mano en esos momentos, ni en todas las mujeres que estuvieron en una cama sucia, llenas de hierbas y con sus piernas abiertas a la mala. ¿Dónde están ahora? Seguramente muchas están tumbadas al pie de un árbol, igualito que yo. Le pregunté a la vecina, y fue ella la que me dijo de ese lugar. Una prima de ella había ido un vez. Todo había salido bien. Una amiga mía necesitaba ir, le dije.

Es mi cuerpo, es mi decisión. Pero si hubiera podido elegir mejor, elegiría una cama limpia y un doctor, no a una “señora” que me dejara el cuerpo sangrante. Ya no caen gotas, todas están evaporándose arriba. Había escuchado esa palabra de otras voces. Es un buen debate. No puedes decidir matar a un ser pequeñito, indefenso, dicen unos. La mujer decide, es su vida, dicen otros. La segunda voz debería ser más fuerte. Es nuestra vida. Es mi vida. Vida que con la lluvia, ha parado.

NancyNancy Martínez.Elegí un 8 de abril para nacer. Tuve un elefante rosa de peluche a los cinco años que olvidé en un camión, aún lo extraño. Cursé la licenciatura en Ciencias de la Comunicación y la licenciatura en lengua y literatura española; también un diplomado en creación literaria. Comparto mi gusto por la lectura y la escritura a futuros escritores y grandes lectores en talleres de creación literaria. Formo parte del colectivo Vivas nos queremos Michoacán. Soy una guerrera.

 

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