No estoy sola, ¡voy conmigo! Por Lizbeth Quezada

Siempre he amado viajar, vivir nuevas aventuras, conocer nuevas personas, descubrir cosas distintas a las que se viven en la Ciudad de México, reflexionar en otros contextos, aprender, enriquecerme con nuevos conocimientos y, lo más importante, redescubrirme y encontrarme conmigo misma en cada etapa de mi vida. Pero este placer implica muchos riesgos en México para una mujer; aunado a los que implica la violencia generalizada que se vive en el país, está, por ejemplo, el de pedir “aventón” en una sociedad machista que ejerce la cultura de la violencia hacia las mujeres de una manera brutal.

El viaje que decidí emprender unos meses atrás me hizo darme cuenta de situaciones específicas a las que se enfrenta una mujer que gusta del placer de viajar. Si bien las mujeres tenemos experiencias y percepciones diferentes, la constante es que somos nosotras a quienes constantemente se violenta en cualquier lugar, estemos o no acompañadas.

Este relato es una invitación a conocerme y a reflexionar sobre el reto que representa para las mujeres disfrutar momentos a solas (ya sea en la carretera, en el campo, en la frontera, en pueblos o en una esquina) sin que alguien limite o viole nuestros derechos.

Este viaje en particular lo emprendí con mi hermano, que es además mi amigo y compañero de aventuras extraordinarias. Antes de irnos él me compartió algunos saberes (fruto de sus viajes anteriores) relacionados con la elaboración de artesanías con alambre; elaborarlas y venderlas durante el viaje se convirtió en el sustento económico de nuestra aventura. Juntxs visitamos mis lugares preferidos: el campo, las montañas, comunidades y lugares llenos de rabia que se transforma en virtud y en lucha. Durante el trayecto encontramos personas maravillosamente amables y solidarias; paisajes y momentos que jamás olvidaremos; viajerxs con quienes coincidimos unos días y volvimos a encontrar semanas después, acompañándonos de nuevo.

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Imagen: Lizbeth Quezada

Visitamos muchos lugares y decidimos quedarnos en un pueblo cerca de la frontera. Ahí hicimos buenos amigos, entre los cuales yo era la única mujer; salíamos, convivíamos y compartíamos conocimientos y habilidades. Entre chelas y muchas risas se crearon fuertes lazos de amistad con varios de ellos. Al pasar de las semanas, sin embargo, dos de ellos comenzaron a tratarme distinto: me miraban de forma lasciva; contaban historias en las que pretendían resaltar su “hombría” porque habían violentado físicamente a otros; hacían amenazas sobre lo que podría pasarle a alguien si les hacía “daño” y hablaban de lo “celosos” que se ponían cada que alguien se me acercaba.

Ambos me decían una y otra vez que se habían “enamorado” de mí, que mi valor al enfrentarlos y defenderme de ellos los hacia verme más “difícil” de conseguir, y que eso les gustaba.

En una ocasión en que todxs nos reunimos a cenar y platicar, el más violento de ellos me sujetó de un brazo y me intento besar; yo de inmediato respondí con un empujón y un firme y rabioso “¡NO! ¡Y jamás vuelvas a intentarlo!”, a lo que él respondió con una sonrisa burlona, como si le hubiera dicho todo lo contrario. Pasaron los días y decidimos no frecuentarlo más, pero era inevitable encontrarlo en aquel pequeño lugar; él continuaba amenazando a las personas que se acercaban a mí y reclamándome por qué no me gustaba, por qué ya no hablábamos y por qué no estaba con él.

Yo sabía que nada de esto era mi culpa y que contaba con el apoyo de mi hermano en cualquier momento, por lo que a ambos les aclaré que mi comportamiento no estaba basado en gustarles o no, y que jamás dependería de ninguna otra persona. Mientras tanto sentía miedo y rabia por tener que continuar enfrentando estas situaciones en las que el nivel de violencia iba aumentando y las “autoridades” a quienes podría acudir para solicitar apoyo son igual o mayormente violentas con las mujeres.

Todo esto nos orilló a trasladarnos a otro lugar, donde continuamos trabajando con las artesanías. A veces al verme vendiendo “sola” los hombres aprovechaban para primero, preguntarme los precios de las artesanías y después concluir con las clásicas preguntas de si iba “sola”, qué hacía “sola” y si necesitaba “compañía”. Ninguno lo hacía en el tono de entablar una conversación amigable; más bien se acercaban creyéndome indefensa, vulnerable y débil. El que yo estuviera “sola” para ellos significaba que buscaba compañía, que estaba triste, soltera, o simplemente que tenían una oportunidad para poseerme.

Durante el viaje los rides, que jamás había vivido, se convirtieron en el medio para ir de un lugar a otro y llegar a lugares no planeados. Caminar en la carretera me permitía observar paisajes increíbles y vivir momentos plenos en la naturaleza que jamás se repetirán; es inconcebible que esa magia tuviera que verse interrumpida inevitablemente, en cada ocasión, por el acoso de los conductores que pasaban a mi lado en sus autos.

La discriminación también es una constante en este andar para muchxs mexicanxs: las personas te observan, vigilan o criminalizan en mayor o menor grado dependiendo de tus rasgos, apariencia física y el trabajo que realizas. En muchos casos la gente trataba con mayor respeto, dignidad y solidaridad a extranjerxs que realizaban las mismas actividades que nosotrxs.

Aunque he vivido aventuras increíbles, he disfrutado paisajes y experiencias maravillosas, y he hecho amigxs que jamás olvidaré, sé que desafortunadamente no es el caso de todas las mochileras que se lanzan a la aventura. Recordemos, por ejemplo, a Marina Menegazzo y María José Coniquienes viajaban juntas y fueron acusadas de viajar “solas” después de su asesinato. Mariana y María José fueron culpabilizadas por una cultura machista que considera a las mujeres insensatas por salir a disfrutar un tiempo libre, demasiado confiadas por hablar con extrañxs o demasiado agresivas y “locas” si se defienden de quienes las violentan.

Como mujeres, el placer de viajar se transforma en una lucha constante por defender nuestra integridad y el derecho a transitar solas de manera libre y segura sin que nadie limite ni ponga en riesgo nuestra integridad. En ese sentido, mi viaje fue un reconocimiento de este riesgo, así como un trayecto para disfrutar y defender con palabras y acciones mi cuerpo, mis decisiones y mi existencia dentro de una cultura machista patriarcal capitalista. Y también para dejar claro que cuando viajo no voy sola, ¡voy conmigo!

Lizbeth

Imagen: Lizbeth Quezada

Imagen de portada: DIRIMA/ISTOCK/THINKSTOCK

Lizbeth Adriana Quezada Hernández. Egresada de la Lic. en Sociología por la UAM-X, actualmente colabora en Balance A.C., en el Programa de Jóvenes en Acción por Nuestros Derechos. Se nutre de los conocimientos de estas incansables feministas y Arde porque se erradique todo tipo de violencia contra las mujeres. En sus tiempos libres disfruta mucho viajar, nadar, hacer artesanías y aprender/colaborar en actividades con proyectos autogestivos.

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One comment

  1. Celebro y felicito tu decisión y valentía.

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